La matrona que llevas dentro

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A veces siento como si tu voz saliera desde dentro de mí. O como si leyeras mis pensamientos.

Entreabro los ojos en un descanso entre esas ráfagas de fuerza que recorren mi útero y ahí sigues tú, agachada en un rincón, apenas visible en la oscuridad, me miras, sonríes y asientes. «¿Todo bien?», te digo en una exhalación. «Todo perfecto», me respondes sonriendo en un susurro. El diálogo se repite unas cuantas veces a lo largo del proceso. Rememorándolo luego, no recordaré si era yo quien me contestaba a mí misma, si ese diálogo estuvo en mi mente o si fue real.

Sabes qué decirme en cada momento, y en qué tono de voz, sabes qué  necesito.

Aunque tú me recuerdas  que la fuerza y el poder son míos, yo sé que emanan de algo más grande, de una sabiduría universal ancestral femenina. El milagro de la vida se ha materializado en mí y me ha elegido como instrumento. Por eso me siento poderosa pero flexible a la vez, me siento actriz y espectadora al mismo tiempo.

Es algo tan maravilloso como inexplicable.

Igual que nadie enseñó a la primera madre a ser madre, nadie enseñó a la primera matrona a ser matrona. Si acaso, fue esa primera  madre con su propio instinto quien enseñó a la primera matrona. Y de ahí salieron los manuales, de nosotras, las mujeres pariendo, y no al revés.

Mi mente vuela y se conecta con ese algo más grande que yo, pero la fuerza del proceso me ancla a la tierra, pone cuerpo a todos estos sentimientos y los transforma en sensaciones: en la cadencia de los movimientos de mi pelvis, en la armonía de los sonidos de mi voz… qué intensidad, qué regalo…

De repente mis ojos se abren más, mi boca también, al igual que todo mi cuerpo. Nunca me he sentido tan abierta, tan canal de energía desbordante. Tu mirada se cruza con la mía y en ese instante nuestras mentes son una. Una que sabe lo que va a pasar, que sabe que todo está bien, que no necesita comprobar, mirar, hablar ni tocar; simplemente acompaña.

Porque ser matrona no se estudia en ningún libro, no viene con ningún título, una no «se hace» matrona, solo se ES matrona de verdad desde la generosidad y el corazón.

Y el milagro culmina.matrona dentro

«Lo que buscas, también te está buscando»

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Esta frase ilumina mi primer día como comadrona.

Porque ayer era residente y hoy matrona. Porque además quiero ser comadrona.

Atrás quedan las frases como «Bueno, soñar es gratis», «Aprobar el EIR es muy difícil, tú no sabes lo que estás diciendo», «Has tenido mucha suerte» y similares.

Es cierto que lo primero es soñarlo, pero no basta con eso, hay que currárselo, aunque con ello tengas que arrastrar a una familia que incluye bebés por miles de viajes. Aunque tengas la sensación de pasar tu vida en un barco o en un avión, te asalte la culpabilidad porque tus hijas pasen por tres colegios y te estreses mogollón con ocho (sí, ocho) mudanzas.

familia del mundo

Todo merece la pena por un sueño, y si ese sueño es una vocación, aún más.

Siempre dije que siento la vocación para ser comadrona como otras personas sienten una llamada religiosa. Devolver la fisiología a la atención de los partos, o lo que es lo mismo, devolver el amor al entorno del nacimiento, es para mí una causa.

Así que puedo decir con gran orgullo que lo conseguí, que ya tengo un título que me avala legalmente para acompañar a las mujeres desde donde las quiero acompañar, desde donde se merecen, y que este es solo el primer adoquín dorado para el camino amoroso por el que quiero seguir trabajando.

Por eso me niego a decir que lo mío es suerte, es curro, o como me dice un amigo, nada es gratuito, hay que ser una «trabajadora de sueños», o como me dice una amiga una «materaializadora de deseos».

Y mientras una trabaja, confluye la sinergia de energías universales similares, y resulta que «lo que estás buscando, te está buscando a ti».

Como diría Hannibal Smith de «El Equipo A»: «I love it when a plan comes together»

O como solía escucharlo en mi infancia: «Me encanta que los planes salgan bien»

Érase una vez…

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Érase una vez una pareja que buscaba bebé

un bebé que buscaba pareja

un bebé que se perdía

y otro que también

y una tercera bebé encontrada

que era bebé arcoiris por doble partida.

Érase una vez una pareja que se quería

y aunque esto suene lógico y normal

en realidad muchas veces no lo es.

Una pareja que se quería bien, que se amaba.

Érase una vez una mujer que no quería epidural,

un hombre que la apoyaba,

una mujer que lo llamaba mi amor,

un hombre que la llamaba titana,

un amor que trascendía las cuatro paredes de ese paritorio.

Érase una vez una bebé victoriosa,

que nacía y era colmada a besos,

regada con frases de amor,

y aunque esto suene lógico y normal

en realidad muchas veces no lo es…

Nos hemos acostumbrado tanto al desamor,

a la desidia, al desdén,

que cuando vemos amor nos deslumbramos,

y  hasta pensamos que no pueda ser verdad…

Pero sí, sí lo es, y yo lo vi,

aunque sea una sola vez,

una sola vez que se era

una pareja que se amaba,

una bebé arcoiris que finalmente llegaba,

érase una vez,

o tal vez dos o tal vez tres…

… o tal vez más si sabemos mirar…

Arco Iris guardia

Dedicada a V., A. y J. Gracias por honrarme con la asistencia a vuestro parto.

Es que ella no es habitual…

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Por Oihane Seoane García

Ella, una mujer de sonrisa inmortal, risueña, inteligente y vivaz. Él, un hombre corpulento, de mirada serena y expresión curiosa, atenta y enamorada.

Llegaron al paritorio un 25 de febrero, desfilando por el pasillo junto con otras tantas parejas que enseguida ocuparon las 6 habitaciones. Ese primer sábado de carnaval había empezado de un modo anecdótico, pues las familias llegaron en tribu en contraste a cómo suele ser el recibimiento cotidiano, de una en una y con bastante distancia temporal entre ellas.

Por fortuna, a ellos se les asignó el paritorio 6, uno de los que a mí me correspondía. Cuando entré para darles la bienvenida, presentarme y resolver sus dudas, instantáneamente me invadió ese bonito aroma que desprenden las personas alegres, las personas que, más que saber, quieren bailar con la vida sin pretextos, al margen de las circunstancias.

Durante las casi doce horas de proceso de parto, tuve el inmenso privilegio de imbuirme de su asombroso recorrido, de acompañarles al tiempo que contemplaba emocionada como se envolvían el uno al otro con tanto calor y complicidad. Se conocían desde hacía más de dos décadas, pero no fue hasta pasados diecisiete años, cuando se empezaron a mirar diferente. Para mi sorpresa, el motor que propulsó ese acercamiento fue el baile. Cuando me lo contaron, no pude contener una sonrisa.

Según compartieron conmigo; entre tempos y compases, pasos y gestos, giros y portés y miradas encadenadas canción tras canción, empezaron a tejer la urdimbre de su historia como una oportunidad de verdadero encuentro y no como una tentación fugaz.

Y es que la oportunidad es fortuita, es un milagro que aprovechas en el instante mismo o se desvanece. Una tentación, si la niegas, suele insistir por segunda vez. La oportunidad puede regalarte eternidad aunque dure un instante, pero al disfrazarse de miedo, solo los más valientes le tienden la mano. La tentación se viste de éxtasis, pero suele tratarse de una colisión sin daños. Nada despierta, desordena o trastoca.

Ellos chocaron hasta desarmarse, se mezclaron tanto que de la oportunidad que la vida les ofreció, hicieron una nueva oportunidad de vida. Y los tres, ellos dos y yo, estábamos a punto de conocerla. Pesaba en torno a tres kilos y medio.

Se acariciaban como si sus manos, antes de cruzarse, siempre hubieran estado vacías y estuvieran aún explorando la piel del otro con la misma curiosidad con la que los viajeros apasionados descubren nuevos mundos.

Una vez ella alcanzó la dilatación completa, empezamos a empujar en equipo. Ella era la protagonista, empleando esa fuerza arrolladora para ayudar a su hija a nacer con cada contracción mientras él, cerquita, le susurraba al oído un “TE QUIERO”, de manera incesante hasta que la naturaleza ofrecía una pausa, que aprovechaban ambos para respirar mientras se miraban, perdiéndose el uno en el otro.

Y yo, me encontraba ahí, observándolos y asimilando lo privilegiada que soy por formar parte del momento más transmutador de la historia de una familia. Aquello era real, auténtico, en vivo, sin adornos.

Pujo tras pujo, la cabecita de su hija empezó a asomarse. Y en ese momento, en el que yo si la veía pero ellos no, se me ocurrió decirles que lograba distinguir su oscuro pelo. Sin duda, ese instante lo conservo como un maravilloso regalo, por como él reaccionó.

Estalló en lágrimas y dirigiendo sus labios a la mejilla de su mujer, sellaba cada beso con un “GRACIAS”. Inevitablemente, ese amor también me atrapó y removió a mí, ¿cómo no iba a hacerlo si inundaba la habitación entera? Se trataba de una sensación tan infinita que no logro delimitarla con palabras.

Fue ahí cuando le dije: – Esto no es habitual…
A lo que el me respondió sin apartar la mirada de su mujer: – ES QUE ELLA NO ES HABITUAL…

Nació, y con ella, nacieron dos padres y renací yo por enésima vez, tan solo presenciando como un diminuto ser, abandonaba el útero de su madre para anidarse en los brazos de sus padres. Contemplando como la familia empezaba a conocerse piel con piel, sin interferencias, tan solo con amor, calor y leche.

Ningún nacimiento es igual, pero aquel día no FUE HABITUAL. Y es que en palabras de él, “ella no es habitual”, lo que él, tal vez no sabía, es que él tampoco lo era.

– Oihane Seoane García, una residente de matrona QUE NO ES HABITUAL, guardiana del nacimiento y partera espiritual, a quien tengo la fortuna de conocer.

ella no es habitual

Resiliencia, resistencia y otras rimas

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La capacidad de adaptación de un ser vivo frente a un agente perturbador o un estado o situación adversos hoy me viene grande

Las gafas rosas de mi vida se me han empañado.

Yo, que siempre he creído en la bondad intrínseca del ser humano, a mis 41 años, me he visto obligada a creer en la maldad. Porque la he conocido de cerca.

Hoy han dicho de mí: «Un cubo de basura sirve para algo y ella no».

¿Cómo se adapta una a eso?

A veces siento que, para resistir, me estoy convirtiendo en una persona que no sé si quiero ser. Temo por mi persona, por la persona que soy, por la que he sido toda mi vida, porque los valores que me enseñaron mis padres no tienen ningún «valor» en una jungla de víboras. Aquí se vive el efecto «sandwich»: aplastadas por «las de arriba» y por «las de abajo», donde todo tu interior se desparrama y eres «el último eslabón de la cadena alimenticia» (que por cierto, también me han llegado a llamar eso)

Entonces pienso en la capacidad de un material, mecanismo o sistema para recuperar su estado inicial cuando ha cesado la perturbación a la que había estado sometido.

Porque lo que estoy viviendo, os lo aseguro, es una perturbación.

Pero volveré a mi ser. Esto es pura resiliencia, para poder resistir, para poder sobrevivir.

La misma resiliencia de quienes creyeron que podían sacar un examen tan difícil a la primera.

La misma resiliencia de quienes confiaron en que podían parir tras cesárea (s).

La misma de quienes no se conformaron con soñarlo, lo lograron.

La misma de las descubridoras e inventoras que quemaron en la hoguera.

La misma de quienes confían en la capacidad de su cuerpo para nutrir de forma exclusiva a sus bebés.

De quienes se caen 1.000 veces y se levantan 1.001.

De quienes se cansan, pero no decaen y vuelven a intentarlo.

De quienes pasan más tiempo al día sin su madre que con ella pero la reciben con un ramo de flores.

De quienes hacen malabarismos para combinar su trabajo para estar con sus hijas, coordinar quien las recoge, se olvidan de cosas importantes, dejan de fustigarse y se perdonan.

La misma resiliencia de quienes hoy, precisamente hoy, necesitaban un refuerzo positivo y recibieron uno negativo. Y descubrieron con ello que en realidad, el refuerzo está dentro de ellas mismas. Y se hicieron más fuertes, y más grandes y más sabias.

Las misma de quien pensó que nunca es tarde, que si te atreves a pensarlo, puedes alcanzarlo.

La misma resiliencia de quien tacha día tras día tras día en un calendario cada vez más corto y a la vez cada vez más largo.

Y mirando este ramo de flores la resiliencia me brilla en las pupilas.

Y ya ninguna peturbación me puede someter. Y vuelvo a mi ser.

Gracias siempre a mis hijas, mi inspiración.La resiliencia.jpg

Lo mío son eventos agudos

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Lo mío son eventos agudos.

No cronifico nada nunca.

Como cuando nací.

Doble vuelta de cordón, meconio y ya. Salí. Para qué más. No hizo falta que nadie hiciera nada, excepto quien lo tenía que hacer: mi madre y yo.

Así que igual que entonces, nunca llego a la hipoxia. Porque río, lloro, maldigo, pataleo, exploto y reviento y me carcajeo y me vuelvo a empezar.

Me río en cada lágrima y cada lágrima es un río en el que me lluevo yo toda. Y me limpio y renazco en cada gota.

Lo mío son eventos agudos.

Lloro mucho, río más.

Aprendo rápido. Perdono fácil. No guardo rencor, aunque quien me quiere lo guarde por mí. Pero el rencor alimenta oscuros monstruos que no quiero debajo de mi cama. Y olvido tanto para poder respirar.

Veo salida donde otros no la ven.

Y por eso siempre la encuentro.

Como cuando nací.

Porque lo mío son eventos agudos.

Para qué cronificar…

Silencio

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Silencio.  Cuando esperas la vida y te encuentras con todo lo contrario.

Silencio. Un paritorio oscuro, mudo, sin el familiar sonido del corazón del bebé. Porque ya no late.

La parte más amarga del trabajo más bonito del mundo se lleva mejor en este respetuoso silencio, sólo interrumpido por preguntas en susurros. «¿Tienes una mantita suya que quieras ponerle?» «¿Conoces grupos de apoyo?»

La madre está guapísima con sus contracciones. Pero no consigue desconectar. Su dolor espiritual supera con creces el físico.

Los padres quieren verla.

Cuando V. nace, la reciben con mucho amor, la abrazan llorando, la inspeccionan, la besan, dicen «qué bonita es»… y lo es…

V. pasó brevemente por esta dimensión, pero se lleva a domde sea muchísimo amor.

Gracias a N. y a E. por abrirme su corazón y hacerme partícipe de su amor a V.

Más info: http://www.umamanita.es

 

La cima

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Sueño mucho. Dormida y despierta.

Bueno, quizás no sueñe más que el resto de la gente, pero puede que sí los recuerde y los haga realidad más.

Esta noche he soñado que estaba ante una pared de piedra junto con un montón de gente. Todo el mundo quería escalar, saber lo que había en la cima, contemplar las vistas. Todo el mundo quería, pero nadie lo hacía.

De repente, yo tenía mi arnés, mis mosquetones, mis ochos, mis cuerdas y hasta mi magnesio, y comencé a escalar la pared yo sola, asegurándome a mí misma.

La gente, cada vez más pequeña, me animaba desde abajo: «¡vamos, tú puedes!». Pero nadie se puso un arnés para asegurarme, para ayudarme. Todos me (ad)miraban pero nadie hacía nada. Mi caída o mi supervivencia dependían solo de mí misma.

Entonces, sudando, llegué a la cima. Y mi sensación fue muy parecida a la que tengo después de un orgasmo. Y lo que vi, también se parecía mucho a una imagen repetitiva que tengo es ese momento. La cima, el silencio, un valle verde abajo, el viento silbando en mis oídos y acariciándome la cara, y yo con los brazos abiertos, recibiéndolo todo.

Esa soy yo: sueño, escalo, conquisto mis cimas. Da igual ir sola, da igual que me cueste: no puedo conformarme con mirar desde abajo.

Porque ningún viento me acaricia la cara como cuando estoy ahí arriba.

De tormentas, mareas y partos

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Madre e hija viendo la tormenta eléctrica de esta noche:

-Mira, el próximo rayo va a caer por ahí (y va y cae). Y ahora va a haber dos rayos grandes seguidos por ahí (y ahí están).

-¿Cómo lo has sabido mamá?

-Porque llevo un rato aquí mirando y cuando una observa durante un tiempo un fenómeno natural como es una tormenta aprende a intuir el ritmo al que respira. Pasa igual con los partos. Cuando llevas un rato acompañando a una mujer de parto, intuyes cuándo va a venir la siguiente contracción, y si va a ser más débil o más fuerte.

-Ah, pasa igual que con la marea, con la serie de olas. Pequeña, pequeña, pequeña, graaannndeee, pequeña, pequeña, pequeña, graaannndeeee.

-Sí, eso es. Aprendes el ritmo de la marea, y a intuirlo, a moverte con ella. Mira, ahora va a haber otro rayo por ahí.

-Oh, mamá, esta vez te equivocaste.

-Sí, eso es parte de los fenómenos naturales como la tormenta o el parto. Admitir que te puede sorprender. Dejar que te sorprenda. Y nunca menospreciar esa capacidad de sorprenderte, de que ocurra lo inesperado, lo maravilloso. Lo maravilloso de sentirte pequeña ante algo tan grande.

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Gracias a Iván por la foto, y al cielo por regalarle su fuego.

Naoli Vinaver, o la sabiduría de la partería tradicional

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Este verano, junto con dos de mis queridas amigas matroníferas, Haridian y Nuria,  tuve la oportunidad de asistir al Curso de Partería tradicional que Naoli Vinaver impartió este verano en España.
La verdad es que es impresionante ya de por sí tan solo la presencia de esta mujer, su mirada magnética, su biorritmo, su seguridad y su experiencia: 30 años en los que ha atendido alrededor de 1.500 partos, además de haber dado a luz en su casa a sus tres hijos. Su último parto, colgado en internet, fue editado y traducido a más de 12 idiomas, convirtiéndose casi en un vídeo viral. Puedes verlo en este enlace.
Naoli nos invita a aprender cómo puede ser un parto si no lo forzamos.
Ella bebe de fuentes de la partería tradicional mejicana, pero también está formada como matrona de forma oficial.
“Los partos son experiencias catalizadoras, transformadoras, transmutadoras”, nos dice, “cuando una mujer pare, además de parir a su bebé, pare también a toda la humanidad”.
Sus criterios para seleccionar a una mujer para atenderla en casa son bastante sencillos: que no sea fumadora, que tenga buenos niveles de hemoglobina, que su tensión arterial sean normal, tener la certeza de que come bien, y sobre todo, que tenga buena disposición, que tenga actitud para parir en casa.
“A veces el cuerpo pare, pero el alma se queda atrás y se desgarra; la partera debe encontrar la creatividad para poder desbloquearlo”, nos relata sabiamente.
Esta partera, que procede de una familia de artistas, comenzó su vida profesional como antropóloga y se especializó en danza, música y tradición oral africana, viajando a África para tal menester. Pero pronto después se decantó por la partería.
“Aunque siento que fui partera desde antes, desde siempre, pues desde que era niña me buscaban las perritas y las gatitas para parir, y tenían a sus cachorritos ahí mismo, a mis pies”.
Aún dedicándose a la partería, Naoli ha sabido recoger algo de la tradición artística familiar con su técnica de “Ultrasonido Natural”, en la que la experimentada partera dibuja sobre el vientre materno, ayudándose de las maniobras de Leopold, la posición del bebé dentro del útero. Asimismo, ha escrito e ilustrado un libro llamado “Nace un bebé, naturalmente”.
En su práctica, Naoli usa mucho el rebozo, tela tradicional mejicana multiusos, tejida de una manera especial, utilizada como portabebés entre otras cosas. Naoli lo incorpora tanto en el embarazo, como en el parto y en el posparto, usándolo para recolocar al bebé dentro del útero (incluso para girar a un bebé que viene de nalgas, como muestra en este vídeo), para desencajar una presentación asinclítica o posterior o para el ritual de posparto mejicano, la llamada “cerrada”.
Esta mujer sabia donde las haya, invita a reflexionar a los profesionales más resistentes al cambio con esta frase:
“¿Cómo vamos a ver las posibilidades que nos da la naturaleza si lo tratamos a todo bajo el mismo protocolo?”
Aunque aclara que “La partera no expande el protocolo sola, la mujer tiene que tener la determinación, y mostrarla”.
Con esta frase Naoli nos muestra una vez más que la partera y la mujer que pare son una, a la hora de parir, nuestro “yo animal” nos indica qué es lo que debemos hacer, pues lo sabe instintivamente.
Como comadrona, conocer a Naoli Vinaver te reconecta con la confianza en nuestras habilidades manuales e instintivas como asistentes de partos, existentes más allá (y antes) que la tecnología y con probada validez científica.

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